Anj

19 abril 2008

Creonte
- Y, así y todo, ¿te atreviste a pasar por encima de la ley?

Antígona

- No era Zeus quien me la había decretado, ni Dike, compañera de los dioses subterráneos, perfiló nunca entre los hombres leyes de este tipo. Y no creía yo que tus decretos tuvieran tanta fuerza como para permitir que sólo un hombre pueda saltar por encima de las leyes no escritas, inmutables, de los dioses: su vigencia no es de hoy ni de ayer, sino de siempre, y nadie sabe cuándo fue que aparecieron.
No iba yo a atraerme el castigo de los dioses por temor a lo que pudiera pensar alguien: ya veía, ya, mi muerte –y ¿cómo no?—, aunque tú no hubieses decretado nada; y, si muero antes de tiempo, yo digo que es ganancia: quien, como yo, entre tantos males vive, ¿no sale acaso ganando con su muerte? Y así, no es, no desgracia, para mí, tener este destino; y en cambio, si el cadáver de un hijo de mi madre estuviera insepulto y yo lo aguantara, entonces, eso sí me sería doloroso; lo otro, en cambio, no me es doloroso: puede que a ti te parezca que obré como una loca, pero, poco más o menos, es a un loco a quien doy cuenta de mi locura.

Si de algo me sirvió estudiar griego, fue para conocer a esta heroína. Existiera o no, me cautivó.
En cualquier lugar hay un Creonte.
En cualquier esquina, en cualquier río, en cualquier cama.
Pero por suerte, también, hay muchas Antígonas.
Brindar la muerte a día de hoy no es nada fácil.
El ser humano es egoísta. Pero no imbécil.
No moriríamos a cualquier precio.Yo tampoco.
Por mucha pena que sienta a veces del mal ajeno. Aunque, a la vez, muera por dentro en según qué ocasiones.

Lo que sí tengo claro es por quiénes no dudaría en dar un salto al final del camino.
Va por ellos tres.
Porque son los que siempre me dan la luz cuando todo se me oscurece.
Porque, realmente, ellos me dieron a luz regalándome todo.
Y mucho más.

Para leer esta tragedia griega, sólo tenéis que pulsar el nombre de Sófocles.

Noche

18 abril 2008

Desbordarte con anhelos que creías desarticulados.
Hundidos por el desprecio del paso del tiempo.
Rozar cada una de tus pestañas haciéndote sentir centro.
Resucitarte tras tu aniquilación producida por tanto ego desencajado.
Vestirte de blanco para luego arrancarte el alma a mordiscos.
Pintarte, cielo, color noche estrellada.
Para caer rendida en quimera.
Nuevamente.
O como siempre.

Luz

02 abril 2008

Ayer tuve otro encuentro con las compras. Y no un encuentro sin importancia, que no buscas nada en concreto y te llevas a casa algo que te da igual no ponerte y que se pudra en el armario. Esta vez era más serio. Tengo dos bodas. Perdón: tengo dos puñeteras bodas.
Y tenía miedo. Porque como ya algunos bien saben, me pone nerviosa enfrentarme a las tiendas.
Pero por suerte, acabé mi hazaña como una campeona en compañía de La Carmela en la primera y última tienda que visitamos.
La buena dependienta, con un acento sospechosamente castellano cerrado muy semejante al tono que se usa en el catalán de Lleida, me dijo que qué buscaba.
Yo fui clara. Que yo, otra cosa no, pero clara... tampoco.
Vi un vestido en el escaparate de color amarillito claro, con un toque griego, y le dije:
- Hola buenas. Quería un vestido de boda. Porque tengo una boda. Bueno, tengo dos bodas. Y quiero un vestido sencillo. Como el del escaparate. Ese amarillo. Pero no en amarillo. En otro color. Y no largo. Y...
Entonces, abrió la boca la buena mujer de nuevo, por fin. No sé qué dijo, pero empezó a avasallarme con vestidos. Muchos vestidos. Muy bonitos algunos, otros parecidos a antiguas reliquias. Pero, el dato que a mí me incomodaba: muchos. Y yo no podía procesar tanta información. Fui apartando en mi mente, muy cuidadosamente y como podía, los vestidos con los que me vería bien.
Y así fue. Me probé unos... Siete. Con flores estampadas de color negro, blanco y fucsia, en rojo, en negro, en color crema. Con talle griego, con escote de palabra de honor (que me gustaría me explicaseis porqué se llama así), con algo de escote más pronunciado. Con acabados en punta, rectos, con forma de globito (algunos con forma del Señor Globo, el más grande de todos).
En fin, mucha variedad.
El primero me quedaba fatal, no me gustaba. El segundo fue del que me enamoré. Más bien todas nos enamoramos: la dependienta, La Carmela y yo. Sencillo: en negro, como quería, con tirante ni muy fino ni muy ancho, con escote no muy pronunciado que realza la pechonalidad, entalladito a la espalda y la cintura, y acabado en pequeño y ligerísimo globo, con una puntada a un lado de la zona inferior que creaba una extraña forma. Ah, y con lazo, duende, con lazo. Discreto, cómo no.
En fin, que ese fue el primero que ya dejé aparte. Luego me probé el resto. Hay algunos que no deberían existir. Necesitan un libro de instrucciones para ponértelo. Bueno, para ponértelo bien. Y yo, un vestido que me desafíe y me haga creer que soy imbécil por mi no saber hacérmelo mío, qué queréis que os diga: que le den por el mismísimo. O sea que, descartado.
Hubo más, pero sólo recuerdo dos. Uno de globísimo. Horroroso. Y otro rojo. Muy bonito. Palabra de honor. Ceñido. Ahí estaba el problema: ceñido. Para gente excesivamente delgada. Delgada de cintura y cadera pero con pecho. Ya me dirás si encuentras a alguien así que no haya pasado por Corporación Dermoestética.
En fin, que me lo puse y me analicé, mientras La Carmela decía: etá bonito pero ezo te quea un poco pegao ¿no? Y yo pensaba lo mismo. La dependienta, al ver mi cara con su correspondiente ceja arqueada reflejándose en el espejo, me dijo que había una talla más.
No quise seguir su juego y me quedé con el negro. El segundo. El campeón.
Me llevé también un fular blanco muy elegante y romántico y una torerita negra con transparencia, por si hacía algo de fresquito. Cosa que en mí, es algo habitual. Da igual la época del año.
Que por cierto, La Carmela también habló del tiempo allí. En esas tiendas donde te disfrazan para un día siempre sale el tema. La boda é' en mayo, la otra en 'hunio, pero man disho que hará freco allí. Azí que, éta é mu friolera. Que ze lleve una shaquetita también de repueto. ¿Vendéi shaqueta?
Yo dije que ya tenía una.
Además, la buena mujer no nos sacó más variedad de vestimenta. Es igual que las bodas sean en mayo, junio, agosto o diciembre. Esa ropa siempre está diseñada para que acabes pasando frío.
Total, que yo ya me largué contenta a casa con mi súper modelito.
Os dejo una foto donde se intuye algo cómo es. Si no la veis, ya lo veréis en fotos más adelante.

Ah, por cierto.
De vuelta a casa estuvimos en una tienda donde poder malcriar a recién nacidos, haciendo que los padres pierdan la cabeza a la hora de guardar ropa que acaba desperdiciándose a los dos días.
Allí vi unos calcetines de vaca. Que tenían que ir a la fuerza con alguna prenda más.
Entonces compré un vestido tejano con un estampado de animalitos y flores varias, con gorrito y chanclas a juego. Me dieron igual las chanclas.
Me da igual que mi futura sobrina se tenga que poner las chanclas con sus calcetines de vaca. A los mayores les quedan mal, pero a los bebés les quedan graciosos. Eso se dice ¿no?
Y si no se los pone, ya me los pondré yo. Que seguro que me están bien.
Ah, ¿que no os dije que va a ser una Emma? Pues sí. Así me lo hizo saber su padre cuando se dejó ver.
Así que, sólo quedará alejarla de la niña de El exorcista. Su prima. Bueno no, mi prima. Bueno no, la hija de mi prima. Coño, ya empezamos con los primos segundos y mierdas de esas. Fuera...
En resumen, que no se acerque, no vaya a ser que le pegue los malos modales.
Me dejé la noticia para el final para que no pensarais que estaba deseando decirlo.
Pero qué coño. Es cierto.
Estoy pletórica.

Anj

Creonte
- Y, así y todo, ¿te atreviste a pasar por encima de la ley?

Antígona

- No era Zeus quien me la había decretado, ni Dike, compañera de los dioses subterráneos, perfiló nunca entre los hombres leyes de este tipo. Y no creía yo que tus decretos tuvieran tanta fuerza como para permitir que sólo un hombre pueda saltar por encima de las leyes no escritas, inmutables, de los dioses: su vigencia no es de hoy ni de ayer, sino de siempre, y nadie sabe cuándo fue que aparecieron.
No iba yo a atraerme el castigo de los dioses por temor a lo que pudiera pensar alguien: ya veía, ya, mi muerte –y ¿cómo no?—, aunque tú no hubieses decretado nada; y, si muero antes de tiempo, yo digo que es ganancia: quien, como yo, entre tantos males vive, ¿no sale acaso ganando con su muerte? Y así, no es, no desgracia, para mí, tener este destino; y en cambio, si el cadáver de un hijo de mi madre estuviera insepulto y yo lo aguantara, entonces, eso sí me sería doloroso; lo otro, en cambio, no me es doloroso: puede que a ti te parezca que obré como una loca, pero, poco más o menos, es a un loco a quien doy cuenta de mi locura.

Si de algo me sirvió estudiar griego, fue para conocer a esta heroína. Existiera o no, me cautivó.
En cualquier lugar hay un Creonte.
En cualquier esquina, en cualquier río, en cualquier cama.
Pero por suerte, también, hay muchas Antígonas.
Brindar la muerte a día de hoy no es nada fácil.
El ser humano es egoísta. Pero no imbécil.
No moriríamos a cualquier precio.Yo tampoco.
Por mucha pena que sienta a veces del mal ajeno. Aunque, a la vez, muera por dentro en según qué ocasiones.

Lo que sí tengo claro es por quiénes no dudaría en dar un salto al final del camino.
Va por ellos tres.
Porque son los que siempre me dan la luz cuando todo se me oscurece.
Porque, realmente, ellos me dieron a luz regalándome todo.
Y mucho más.

Para leer esta tragedia griega, sólo tenéis que pulsar el nombre de Sófocles.

Noche

Desbordarte con anhelos que creías desarticulados.
Hundidos por el desprecio del paso del tiempo.
Rozar cada una de tus pestañas haciéndote sentir centro.
Resucitarte tras tu aniquilación producida por tanto ego desencajado.
Vestirte de blanco para luego arrancarte el alma a mordiscos.
Pintarte, cielo, color noche estrellada.
Para caer rendida en quimera.
Nuevamente.
O como siempre.

Luz

Ayer tuve otro encuentro con las compras. Y no un encuentro sin importancia, que no buscas nada en concreto y te llevas a casa algo que te da igual no ponerte y que se pudra en el armario. Esta vez era más serio. Tengo dos bodas. Perdón: tengo dos puñeteras bodas.
Y tenía miedo. Porque como ya algunos bien saben, me pone nerviosa enfrentarme a las tiendas.
Pero por suerte, acabé mi hazaña como una campeona en compañía de La Carmela en la primera y última tienda que visitamos.
La buena dependienta, con un acento sospechosamente castellano cerrado muy semejante al tono que se usa en el catalán de Lleida, me dijo que qué buscaba.
Yo fui clara. Que yo, otra cosa no, pero clara... tampoco.
Vi un vestido en el escaparate de color amarillito claro, con un toque griego, y le dije:
- Hola buenas. Quería un vestido de boda. Porque tengo una boda. Bueno, tengo dos bodas. Y quiero un vestido sencillo. Como el del escaparate. Ese amarillo. Pero no en amarillo. En otro color. Y no largo. Y...
Entonces, abrió la boca la buena mujer de nuevo, por fin. No sé qué dijo, pero empezó a avasallarme con vestidos. Muchos vestidos. Muy bonitos algunos, otros parecidos a antiguas reliquias. Pero, el dato que a mí me incomodaba: muchos. Y yo no podía procesar tanta información. Fui apartando en mi mente, muy cuidadosamente y como podía, los vestidos con los que me vería bien.
Y así fue. Me probé unos... Siete. Con flores estampadas de color negro, blanco y fucsia, en rojo, en negro, en color crema. Con talle griego, con escote de palabra de honor (que me gustaría me explicaseis porqué se llama así), con algo de escote más pronunciado. Con acabados en punta, rectos, con forma de globito (algunos con forma del Señor Globo, el más grande de todos).
En fin, mucha variedad.
El primero me quedaba fatal, no me gustaba. El segundo fue del que me enamoré. Más bien todas nos enamoramos: la dependienta, La Carmela y yo. Sencillo: en negro, como quería, con tirante ni muy fino ni muy ancho, con escote no muy pronunciado que realza la pechonalidad, entalladito a la espalda y la cintura, y acabado en pequeño y ligerísimo globo, con una puntada a un lado de la zona inferior que creaba una extraña forma. Ah, y con lazo, duende, con lazo. Discreto, cómo no.
En fin, que ese fue el primero que ya dejé aparte. Luego me probé el resto. Hay algunos que no deberían existir. Necesitan un libro de instrucciones para ponértelo. Bueno, para ponértelo bien. Y yo, un vestido que me desafíe y me haga creer que soy imbécil por mi no saber hacérmelo mío, qué queréis que os diga: que le den por el mismísimo. O sea que, descartado.
Hubo más, pero sólo recuerdo dos. Uno de globísimo. Horroroso. Y otro rojo. Muy bonito. Palabra de honor. Ceñido. Ahí estaba el problema: ceñido. Para gente excesivamente delgada. Delgada de cintura y cadera pero con pecho. Ya me dirás si encuentras a alguien así que no haya pasado por Corporación Dermoestética.
En fin, que me lo puse y me analicé, mientras La Carmela decía: etá bonito pero ezo te quea un poco pegao ¿no? Y yo pensaba lo mismo. La dependienta, al ver mi cara con su correspondiente ceja arqueada reflejándose en el espejo, me dijo que había una talla más.
No quise seguir su juego y me quedé con el negro. El segundo. El campeón.
Me llevé también un fular blanco muy elegante y romántico y una torerita negra con transparencia, por si hacía algo de fresquito. Cosa que en mí, es algo habitual. Da igual la época del año.
Que por cierto, La Carmela también habló del tiempo allí. En esas tiendas donde te disfrazan para un día siempre sale el tema. La boda é' en mayo, la otra en 'hunio, pero man disho que hará freco allí. Azí que, éta é mu friolera. Que ze lleve una shaquetita también de repueto. ¿Vendéi shaqueta?
Yo dije que ya tenía una.
Además, la buena mujer no nos sacó más variedad de vestimenta. Es igual que las bodas sean en mayo, junio, agosto o diciembre. Esa ropa siempre está diseñada para que acabes pasando frío.
Total, que yo ya me largué contenta a casa con mi súper modelito.
Os dejo una foto donde se intuye algo cómo es. Si no la veis, ya lo veréis en fotos más adelante.

Ah, por cierto.
De vuelta a casa estuvimos en una tienda donde poder malcriar a recién nacidos, haciendo que los padres pierdan la cabeza a la hora de guardar ropa que acaba desperdiciándose a los dos días.
Allí vi unos calcetines de vaca. Que tenían que ir a la fuerza con alguna prenda más.
Entonces compré un vestido tejano con un estampado de animalitos y flores varias, con gorrito y chanclas a juego. Me dieron igual las chanclas.
Me da igual que mi futura sobrina se tenga que poner las chanclas con sus calcetines de vaca. A los mayores les quedan mal, pero a los bebés les quedan graciosos. Eso se dice ¿no?
Y si no se los pone, ya me los pondré yo. Que seguro que me están bien.
Ah, ¿que no os dije que va a ser una Emma? Pues sí. Así me lo hizo saber su padre cuando se dejó ver.
Así que, sólo quedará alejarla de la niña de El exorcista. Su prima. Bueno no, mi prima. Bueno no, la hija de mi prima. Coño, ya empezamos con los primos segundos y mierdas de esas. Fuera...
En resumen, que no se acerque, no vaya a ser que le pegue los malos modales.
Me dejé la noticia para el final para que no pensarais que estaba deseando decirlo.
Pero qué coño. Es cierto.
Estoy pletórica.

Luciérnagas