Naíf

17 agosto 2009


Te pusiste enfrente mío, encendiste la cerilla y me incendiaste.

No sabía si reír o llorar. Tampoco ayudaban los rizos que te caían por la nuca.

Daba igual la conversación. Únicamente prestaba atención a tus manos.

Parecías aspirante a director de orquesta y creo que esperabas que a continuación te aplaudiera.

Luego te desvestí por un momento, y caí en cuenta que era mi subconsciente quien jugaba.

Recuerdo que preguntaste que qué pensaba, que parecía en otro mundo.

Y sonreí.

Porque era verdad.

Pero eso, no serás tú quien lo sepa.




Qué andarás haciendo ahora - Ismael Serrano

¡Felicidades, caravieja!

12 agosto 2009

Si es que el tiempo pasa muy rápido.
Yo sabía que todos los días me iba a hacer feliz verla.
¿Pero cómo no puede hacer feliz a cualquiera a pesar de no conocerla?
¿Cómo va a caer mal una niña que lo mismo baila con su meneo de culo una canción de Mª Isabel como de Muse o Sigur Ros?
No me digáis que esta pieza no mola.
Por muchísimos años más.
Y que sea siempre sonriendo.


Ya un año.
No sabía que alguien pudiera desprender tanto.
Por mucha pedagogía y mucha gaita teórica que haya.
Ya pueden temblar el cielo y la tierra, que permanece impávida, mirando, riendo.
Indescriptible.

Camino

04 agosto 2009

La verdad, me gustan las catedrales, aunque no suela rezar. Me dan paz, tranquilidad. Cualquier lugar podría estar ardiendo a km o a metros, que no escucharías nada si estás en ellas.

Son las formas, las figuras, las estatuas tristes, que te transmiten pena y alegría a la vez.

Los colores aliñados y descafeinados de las fachadas, las paredes. Los bancos viejos, con sus gentes orando, pensando en calmar su necesidad, en desear felicidad al otro, incluso al que está al lado, sin conocerlo.

Son los confesionarios, con sus Ave María Purísima y las vergüenzas del después, con sus frentes cabizbajas, su olor a incienso y vela, su mirar a todos los lados, su notar presencias donde no las hay. O quizá sí. Sus cruces. Inmensas.

Son los cánticos a todas horas, los parar de pensar en el resto, en ti, sólo en ti y sus imágenes espectrales.

Es el agua bendita que sólo encuentras allí, que miras de reojo y cuando la tocas la notas más fría de lo habitual.

Son sus tumbas y todos sus candiles, su latín y sus llantos. A todas horas.
Llantos que ahí se quedan. Y que se van cuando sales por la gran puerta.
Lugar de angustias quebradas, gracias a la fe, a la devoción.
O, simplemente, gracias por la inmensidad de lo infinito, de los cimientos interminables que tienen final, que no te dejan parar de suspirar al ver que siempre estarán ahí, altos, tan lejos y tan cerca, siempre que quieras.

Y una vez se cierren las puertas, la luz acogerá todos tus infiernos.
Y toda la demás, la llevarás contigo.
Siempre.

Naíf


Te pusiste enfrente mío, encendiste la cerilla y me incendiaste.

No sabía si reír o llorar. Tampoco ayudaban los rizos que te caían por la nuca.

Daba igual la conversación. Únicamente prestaba atención a tus manos.

Parecías aspirante a director de orquesta y creo que esperabas que a continuación te aplaudiera.

Luego te desvestí por un momento, y caí en cuenta que era mi subconsciente quien jugaba.

Recuerdo que preguntaste que qué pensaba, que parecía en otro mundo.

Y sonreí.

Porque era verdad.

Pero eso, no serás tú quien lo sepa.




Qué andarás haciendo ahora - Ismael Serrano

¡Felicidades, caravieja!

Si es que el tiempo pasa muy rápido.
Yo sabía que todos los días me iba a hacer feliz verla.
¿Pero cómo no puede hacer feliz a cualquiera a pesar de no conocerla?
¿Cómo va a caer mal una niña que lo mismo baila con su meneo de culo una canción de Mª Isabel como de Muse o Sigur Ros?
No me digáis que esta pieza no mola.
Por muchísimos años más.
Y que sea siempre sonriendo.


Ya un año.
No sabía que alguien pudiera desprender tanto.
Por mucha pedagogía y mucha gaita teórica que haya.
Ya pueden temblar el cielo y la tierra, que permanece impávida, mirando, riendo.
Indescriptible.

Camino

La verdad, me gustan las catedrales, aunque no suela rezar. Me dan paz, tranquilidad. Cualquier lugar podría estar ardiendo a km o a metros, que no escucharías nada si estás en ellas.

Son las formas, las figuras, las estatuas tristes, que te transmiten pena y alegría a la vez.

Los colores aliñados y descafeinados de las fachadas, las paredes. Los bancos viejos, con sus gentes orando, pensando en calmar su necesidad, en desear felicidad al otro, incluso al que está al lado, sin conocerlo.

Son los confesionarios, con sus Ave María Purísima y las vergüenzas del después, con sus frentes cabizbajas, su olor a incienso y vela, su mirar a todos los lados, su notar presencias donde no las hay. O quizá sí. Sus cruces. Inmensas.

Son los cánticos a todas horas, los parar de pensar en el resto, en ti, sólo en ti y sus imágenes espectrales.

Es el agua bendita que sólo encuentras allí, que miras de reojo y cuando la tocas la notas más fría de lo habitual.

Son sus tumbas y todos sus candiles, su latín y sus llantos. A todas horas.
Llantos que ahí se quedan. Y que se van cuando sales por la gran puerta.
Lugar de angustias quebradas, gracias a la fe, a la devoción.
O, simplemente, gracias por la inmensidad de lo infinito, de los cimientos interminables que tienen final, que no te dejan parar de suspirar al ver que siempre estarán ahí, altos, tan lejos y tan cerca, siempre que quieras.

Y una vez se cierren las puertas, la luz acogerá todos tus infiernos.
Y toda la demás, la llevarás contigo.
Siempre.

Palabras

Luciérnagas