Ellas

05 marzo 2008

Vamos a ver... ¿Qué demonios entendéis vosotros por "córtame un poquito el flequillo, la parte que me tapa los ojos, y el resto sólo las puntas, por favor"?
No es nada difícil ¿verdad? Y ya lo pides por favor, como con miedo. Haciéndoles ver que ellas tienen mucho poder en ese momento. Debes portarte bien. Un paso en falso y ¡ZAS! Ellas ganan.
Y si luego te dicen: "¡Ufffffffff! ¡Nena! ¡Qué oscuro tienes el pelo! Te has hecho algo ¿verdad?"
Hombre, sí, hace unos meses lo tenía largo hasta el culo. Puede que notes un cambio ahora.
Pero eso no lo ven. Ven lo que pueden cambiar, no el trabajo que ya está hecho. "Vale, pues te haré unas mechitas"
Ahí empieza ya la cosa a joder más. Ellas te hacen ver que tienen más autoridad. Porque si dices que no y luego ves que tenían razón, o piensas en futuras suposiciones, te jodes más. Lo mejor es negar una vez:
"No, no vale. No me harás unas mechitas. Cortarme el pelo. Como te dije." Les dices. También con autoridad.
"Pero lo tienes muy oscuro."
Entonces ahí te toca algo más los ovarios. Y te giras. Y les piensas decir cuatro cosas bien dichas: qué mal te queda ese flequillo o qué mierda de color llevas en el pelo a pesar de trabajar en esto. Pero eso desaparece cuando te miran insinuantes. No te dejan contestar. Las crees sacadas de una película de Tarantino. Esta vez con tijeritas. Y nás te callas cuando no notas que como mínimo hay dos. Que cuando la una escucha que eres una ciudadana algo rebelde e incorformista, la otra se une a la que te va a cerrar la boca con esparadrapo.
Y caes rendida a sus creaciones. Hipnotizada. Nunca te viste tan pequeña.
"Mira, haz lo que te dé la gana. Más cambiada que cuando casi me rapé la cabeza no voy a quedar." Eso sí, con sonrisa también. Pero la mirada al suelo.
Y, a partir de ahí, además de darle la victoria con esos ojitos de gatito de Shrek, date por perdida: estás en sus manos.
Y así pasó.
Mechitas no. Eso no son mechitas. Según ella es: un baño de color.
Baño de color en forma de mechitas. No me jodas.
Pero ese no es el problema.
El problema llega por el flequillito.
"¿Te lo aliso?"
"Venga, ya que estás..."
Y ahí empezó la decadencia.
Yo veía que esas pequeñas tijeritas iban cortando cada vez más un flequillo lisito.
En ese instante, todas las féminas te miran y te dicen: “¡Uyyyyyyy nenaaaaaaaaaaaa! ¡Qué bien te queda! ¡Qué juvenil!” Gritando. Porque no sé porqué grita tanto todo usuario que entra a ese antro. No siempre está el secador encendido para tener que alzar la voz.
Ni entiendo cómo se consiguen amigas tan pronto. Si tienes problemas para socializarte: ve a una peluquería. Ni porqué no tienen hojas de reclamación. Deberían tener una especie de encuesta inicial para ver qué te quieres hacer en tu preciada cabeza. Si no lo cumplen: que te regalen el peinado que quieras.
Pero qué demonios, lo que a mí más me venía en mente era el temido mañana.
En qué sucedería cuando este pelito a lo Mª Teresa Campos desapareciera.
Porque ese mismo día te ves estupenda. Y todo lo ves de color de rosa. No piensas en nada más.
Pero luego... Llegó el día.
Hoy.
En la ducha noté que tenía menos pelo.
Menos. Pero no tan poco.
Tenía miedo de enfrentarme al espejo.
Pero tenía que hacerlo tarde o temprano. Con un par de ovarios.
Y he ahí la creación.
Ahí estaba.
Lo que yo intenté tapar desde mi adolescencia por vergüenza y complejo, emergía cada vez más. Casi me saludaba. Sólo faltaban flechitas de neón señalándola mientras vencía. Como ellas.
Mi frente.
Intenté taparla con cabello. ¡Cabello que no existe!
Entonces es cuando empiezas a desesperarte. Cuando empiezas a querer borrar días del calendario. Cambiar el pasado incluso. Borrar el puñetero día que fui a esa peluquería. Y pienso en la joven peluquera. A la que no quieres visitar con una cajita de bombones rellenos de cianuro porque tiene una pequeña familia que mantener.
Pero vuelves a la realidad. Y todo sigue igual: no tienes flequillo.
Y quieres lograr hacer lo que ella hizo con su secador y ese cepillo de rodillo.
"Hostia, no tengo cepillo de esos. Es igual, algo haremos."
"Hostia, no tengo planchas. Bueno, algo se conseguirá."
¡Pero no consigues una puta mierda!
Y entonces, tienes que optar por esconder lo poco que te queda ahí delante, a ras de la parte frontal.
Horquillas.
Ahí, pon unas cuantas. Que no se escapen esos malditos hijos del diablo.

Bienvenida frente.

Y te miras. Y te vuelves a mirar. De todos los lados y maneras. A ver si así cambia la forma de tu cara, o ves que el pelo crece por cada movimiento que hagas.
Pero no es así.
Entonces piensas en los desastres mundanos: que no te toque la lotería, que pisaste una mierda el otro día, en que saliste de casa sin paraguas por un sol espléndido y luego te calaste enterita…
Y, por absurdo que parezca: te calmas.
Estoy bien. No os preocupéis.
Sólo creo que no saldré hasta dentro de unas dos semanas, que es lo que calculo que necesitaré para que me crezca algo ese maldito flequillo y pueda llevarme bien con el espejo.
Y la peluquera.

4 comentario/s:

lafilladelvent dijo...

neeenaaa...pero si estás muy guapa!!

Bruja dijo...

Tú sí que estás guapa, cacho perra.

Sr. Troncoso dijo...

Aunque la mona se vista de seda mona se queda.

Sigues estando guapa igual.

Yu dijo...

Iba a dejarte otro comentario pero me ha parecido que ya fue suficiente el jueves pasado cuando no pude parar de reirme al verte y recordar tu monólogo, así que te diré aquello de...:
No me toques los cojones, no me toqies los cojones..., que no tengo!

Ellas

Vamos a ver... ¿Qué demonios entendéis vosotros por "córtame un poquito el flequillo, la parte que me tapa los ojos, y el resto sólo las puntas, por favor"?
No es nada difícil ¿verdad? Y ya lo pides por favor, como con miedo. Haciéndoles ver que ellas tienen mucho poder en ese momento. Debes portarte bien. Un paso en falso y ¡ZAS! Ellas ganan.
Y si luego te dicen: "¡Ufffffffff! ¡Nena! ¡Qué oscuro tienes el pelo! Te has hecho algo ¿verdad?"
Hombre, sí, hace unos meses lo tenía largo hasta el culo. Puede que notes un cambio ahora.
Pero eso no lo ven. Ven lo que pueden cambiar, no el trabajo que ya está hecho. "Vale, pues te haré unas mechitas"
Ahí empieza ya la cosa a joder más. Ellas te hacen ver que tienen más autoridad. Porque si dices que no y luego ves que tenían razón, o piensas en futuras suposiciones, te jodes más. Lo mejor es negar una vez:
"No, no vale. No me harás unas mechitas. Cortarme el pelo. Como te dije." Les dices. También con autoridad.
"Pero lo tienes muy oscuro."
Entonces ahí te toca algo más los ovarios. Y te giras. Y les piensas decir cuatro cosas bien dichas: qué mal te queda ese flequillo o qué mierda de color llevas en el pelo a pesar de trabajar en esto. Pero eso desaparece cuando te miran insinuantes. No te dejan contestar. Las crees sacadas de una película de Tarantino. Esta vez con tijeritas. Y nás te callas cuando no notas que como mínimo hay dos. Que cuando la una escucha que eres una ciudadana algo rebelde e incorformista, la otra se une a la que te va a cerrar la boca con esparadrapo.
Y caes rendida a sus creaciones. Hipnotizada. Nunca te viste tan pequeña.
"Mira, haz lo que te dé la gana. Más cambiada que cuando casi me rapé la cabeza no voy a quedar." Eso sí, con sonrisa también. Pero la mirada al suelo.
Y, a partir de ahí, además de darle la victoria con esos ojitos de gatito de Shrek, date por perdida: estás en sus manos.
Y así pasó.
Mechitas no. Eso no son mechitas. Según ella es: un baño de color.
Baño de color en forma de mechitas. No me jodas.
Pero ese no es el problema.
El problema llega por el flequillito.
"¿Te lo aliso?"
"Venga, ya que estás..."
Y ahí empezó la decadencia.
Yo veía que esas pequeñas tijeritas iban cortando cada vez más un flequillo lisito.
En ese instante, todas las féminas te miran y te dicen: “¡Uyyyyyyy nenaaaaaaaaaaaa! ¡Qué bien te queda! ¡Qué juvenil!” Gritando. Porque no sé porqué grita tanto todo usuario que entra a ese antro. No siempre está el secador encendido para tener que alzar la voz.
Ni entiendo cómo se consiguen amigas tan pronto. Si tienes problemas para socializarte: ve a una peluquería. Ni porqué no tienen hojas de reclamación. Deberían tener una especie de encuesta inicial para ver qué te quieres hacer en tu preciada cabeza. Si no lo cumplen: que te regalen el peinado que quieras.
Pero qué demonios, lo que a mí más me venía en mente era el temido mañana.
En qué sucedería cuando este pelito a lo Mª Teresa Campos desapareciera.
Porque ese mismo día te ves estupenda. Y todo lo ves de color de rosa. No piensas en nada más.
Pero luego... Llegó el día.
Hoy.
En la ducha noté que tenía menos pelo.
Menos. Pero no tan poco.
Tenía miedo de enfrentarme al espejo.
Pero tenía que hacerlo tarde o temprano. Con un par de ovarios.
Y he ahí la creación.
Ahí estaba.
Lo que yo intenté tapar desde mi adolescencia por vergüenza y complejo, emergía cada vez más. Casi me saludaba. Sólo faltaban flechitas de neón señalándola mientras vencía. Como ellas.
Mi frente.
Intenté taparla con cabello. ¡Cabello que no existe!
Entonces es cuando empiezas a desesperarte. Cuando empiezas a querer borrar días del calendario. Cambiar el pasado incluso. Borrar el puñetero día que fui a esa peluquería. Y pienso en la joven peluquera. A la que no quieres visitar con una cajita de bombones rellenos de cianuro porque tiene una pequeña familia que mantener.
Pero vuelves a la realidad. Y todo sigue igual: no tienes flequillo.
Y quieres lograr hacer lo que ella hizo con su secador y ese cepillo de rodillo.
"Hostia, no tengo cepillo de esos. Es igual, algo haremos."
"Hostia, no tengo planchas. Bueno, algo se conseguirá."
¡Pero no consigues una puta mierda!
Y entonces, tienes que optar por esconder lo poco que te queda ahí delante, a ras de la parte frontal.
Horquillas.
Ahí, pon unas cuantas. Que no se escapen esos malditos hijos del diablo.

Bienvenida frente.

Y te miras. Y te vuelves a mirar. De todos los lados y maneras. A ver si así cambia la forma de tu cara, o ves que el pelo crece por cada movimiento que hagas.
Pero no es así.
Entonces piensas en los desastres mundanos: que no te toque la lotería, que pisaste una mierda el otro día, en que saliste de casa sin paraguas por un sol espléndido y luego te calaste enterita…
Y, por absurdo que parezca: te calmas.
Estoy bien. No os preocupéis.
Sólo creo que no saldré hasta dentro de unas dos semanas, que es lo que calculo que necesitaré para que me crezca algo ese maldito flequillo y pueda llevarme bien con el espejo.
Y la peluquera.

Palabras

Luciérnagas