Azar

27 septiembre 2009

Una vez sentado, apoyaste tu cabeza entre las dos manos, descansando los codos en las piernas, que flaqueaban acompañando un gesto desconsolado y aterrador.

El pie izquierdo no paraba de hacer cantar el parquet de la sala de estar, sucia y desordenada, entre papeles de periódico pintados por números en rojo.

Mirabas sin ver más allá del bucle que te inspiró la noche anterior. No querías olvidarlo, pero lo hiciste. Tarareabas que te lo repetía, que no dejarías de hacerlo porque si no, tendrías problemas. Que no volverías a verla, que no te querría jamás en la vida. Tanto tiempo juntos ¿para qué? Para nada. Nada...

Te girabas hacia mí, avergonzado, sin saber qué decir. Como si al comentarme lo que te sucediera tuvieras que desaparecer de la faz de la tierra, para siempre.

Me acerqué a ti, aparté unas hojas donde aparecía una foto de una doctora con mascarilla, hablando seguramente de las gripes diversas... Me puse más o menos a tu altura, sentada en el suelo con las piernas cruzadas, como si fuera a iniciar algún ejercicio de relajación en cualquier momento, manteniendo mi mirada en tu frente agachada.

- ¿Qué te ocurre? ¿Me lo vas a decir o debo esperar demasiado?

- ... No lo entenderías... De verdad, no sé... si contarlo... Puede que también me dejes... No... No quiero que eso pase... No, por favor...

- Cariño... Tranquilízate, creo que esto parece lo suficientemente serio como para que no me cuentes qué está sucediendo... Llego a casa y parece que esto es un campo de batalla, platos rotos, sillas arrastradas contra el sofá... Por dios, que al entrar a casa la vecina tenía entrabierta la puerta de su piso y me miró con unos ojos llorosos, con una mirada triste, sorprendida... Como compadeciéndome... Cuéntame...

- ... Joder... Que yo siempre lo hacía... Y no lo entiende ¿sabes? Ahora no quiere ni tenerme en la foto de la mesilla de noche, soy la oveja negra... No entiende que esperaba ese día de la semana para hacerlo... Durante 20 años... Siempre igual... El 15, el 4, el 23... Así, sucesivamente... Los cumpleaños, siempre los cumpleaños...

Yo no daba crédito. Intentaba enlazar lo que me decía. Pensaba que la persona que tenía enfrente no era con quien me casé, con quien hacía el amor aproximadamente unas tres veces por semana...
Una conspiración, pensé. Manuel no es Manuel, ni acabo de venir de trabajar una hora más tarde por la mierda de atasco de casi siempre, ni anoche comprobé mediante la prueba de embarazo que íbamos a ser tres...

Pero de repente, explotaste.



¡¡Mamá por favor, no tengo la culpa de que se me haya olvidado echar la puta primitiva!!



Te miré, de nuevo, mis ojos no podían apartarse de la nada que te cubría. Me levanté. Cogí el teléfono, me seguía temblando el pulso. Más todavía. Busqué la agenda porque se me había olvidado hasta cómo me llamaba en ese momento.

- ¿Qué... qué haces... María?

Te miré. Sonreí, por inercia.

- ¿Que qué hago? Llamar a tu santa madre para ver qué te pongo en el epitafio, hijo de la grandísima puta.



Extremoduro - So payaso

2 comentario/s:

Canister dijo...

Eres Grande, muy Grande!

Anónimo dijo...

Tú sí que eres grande, apañao.
Sigo agradeciéndote que te pases por aquí.
Bruja

Azar

Una vez sentado, apoyaste tu cabeza entre las dos manos, descansando los codos en las piernas, que flaqueaban acompañando un gesto desconsolado y aterrador.

El pie izquierdo no paraba de hacer cantar el parquet de la sala de estar, sucia y desordenada, entre papeles de periódico pintados por números en rojo.

Mirabas sin ver más allá del bucle que te inspiró la noche anterior. No querías olvidarlo, pero lo hiciste. Tarareabas que te lo repetía, que no dejarías de hacerlo porque si no, tendrías problemas. Que no volverías a verla, que no te querría jamás en la vida. Tanto tiempo juntos ¿para qué? Para nada. Nada...

Te girabas hacia mí, avergonzado, sin saber qué decir. Como si al comentarme lo que te sucediera tuvieras que desaparecer de la faz de la tierra, para siempre.

Me acerqué a ti, aparté unas hojas donde aparecía una foto de una doctora con mascarilla, hablando seguramente de las gripes diversas... Me puse más o menos a tu altura, sentada en el suelo con las piernas cruzadas, como si fuera a iniciar algún ejercicio de relajación en cualquier momento, manteniendo mi mirada en tu frente agachada.

- ¿Qué te ocurre? ¿Me lo vas a decir o debo esperar demasiado?

- ... No lo entenderías... De verdad, no sé... si contarlo... Puede que también me dejes... No... No quiero que eso pase... No, por favor...

- Cariño... Tranquilízate, creo que esto parece lo suficientemente serio como para que no me cuentes qué está sucediendo... Llego a casa y parece que esto es un campo de batalla, platos rotos, sillas arrastradas contra el sofá... Por dios, que al entrar a casa la vecina tenía entrabierta la puerta de su piso y me miró con unos ojos llorosos, con una mirada triste, sorprendida... Como compadeciéndome... Cuéntame...

- ... Joder... Que yo siempre lo hacía... Y no lo entiende ¿sabes? Ahora no quiere ni tenerme en la foto de la mesilla de noche, soy la oveja negra... No entiende que esperaba ese día de la semana para hacerlo... Durante 20 años... Siempre igual... El 15, el 4, el 23... Así, sucesivamente... Los cumpleaños, siempre los cumpleaños...

Yo no daba crédito. Intentaba enlazar lo que me decía. Pensaba que la persona que tenía enfrente no era con quien me casé, con quien hacía el amor aproximadamente unas tres veces por semana...
Una conspiración, pensé. Manuel no es Manuel, ni acabo de venir de trabajar una hora más tarde por la mierda de atasco de casi siempre, ni anoche comprobé mediante la prueba de embarazo que íbamos a ser tres...

Pero de repente, explotaste.



¡¡Mamá por favor, no tengo la culpa de que se me haya olvidado echar la puta primitiva!!



Te miré, de nuevo, mis ojos no podían apartarse de la nada que te cubría. Me levanté. Cogí el teléfono, me seguía temblando el pulso. Más todavía. Busqué la agenda porque se me había olvidado hasta cómo me llamaba en ese momento.

- ¿Qué... qué haces... María?

Te miré. Sonreí, por inercia.

- ¿Que qué hago? Llamar a tu santa madre para ver qué te pongo en el epitafio, hijo de la grandísima puta.



Extremoduro - So payaso

Palabras

Luciérnagas