32

29 agosto 2007

Anoche o hace unas horas, ya se sabe lo travieso de los sueños, me vestí para bailar sevillanas. No es broma. Mi madre me vestía de negro, creo recordar era un vestido de ballet. Yo estaba contenta con ese vestido. Me quedaba bien. Ya se sabe cómo son los sueños, pueden hacer que bailes un tango con traje de chotis, y verlo tan normal. Lo que vi extraño, eran los zapatos. Le decía a mi madre que dónde estaban los zapatos, porque ya que quería que bailara (¿no lo dije? suelen ser otra persona la que quiere que su pequeño/a haga algo), tendría que darme un calzado. Adecuado. Y esta vez sí, adecuado. Porque cuando se llega a esta parte es igual que se esté soñando. El calzado es esencial. Yo me imaginé con unos zapatos del 34, bueno… va, del 35 (ya que es un sueño mío, me ensalzaré), acompañados de topitos blancos, que son los que ahora están de moda. Me daba igual que fueran negros, blancos o rosas. Que los hay. Prefería negros sólo, pero daba igual. Era mi sueño y quedaría bien. Iba a bailar para mi madre, que estaba orgullosa de vestirme para la ocasión. Ella me mostró unos zapatos blancos. Pero de bailarina. De esos que duelen en la puntita del pie aunque estés acostumbrada a llevarlos puestos. El caso es que no me sorprendió eso. Fue el número de los zapatos. Vi el número y me enfadé. “Mama, son un 32”.-“¡Qué más da! ¡Te van a estar bien!”-“Mama, tengo que taconear, yo no puedo así… Encima que no tengo nada ensayado… Tendré que hacer ruido para que se me escuche ¿no?”-“¡Que te los pongas, coño!” Y mientras me seguía quejando, pidiéndole también una mantilla (daba igual el color), y decía que no me estaban bien, me entraron. Entonces me levanté, vi su cara de satisfacción, y la seguí hacia la puerta mientras no entendía nada. Los pies me encogieron. Daba igual que fuera a bailar sevillanas vestida con un traje negro de ballet que me sentía tan bien. Daba igual que la mantilla no se encontrara porque ella no quisiera; no había tiempo. Todo era vano. ¡Me estaban bien los zapatos del 32! Incluso se me olvidó, al llegar a la fiesta de fin de curso para bailar, que en el lugar no conocía a nadie. No estaba Gemma, ni Lorena, ni Noelia... En el escenario un grupo de cinco o seis niñas fans de Margaret Astor y de la publicidad operaciontriunfera bailaba batuka. Me giré para buscar a mis profesores. No estaban. No había nadie excepto Isabel, la directora. Que me reconoció, supongo que por los rizos o por mi madre, que iba demasiado para llevar a mis hermanos allí. Me miró con incertidumbre mientras al final se acercó con un: “¡Qué sorpresa! ¡Cuánto tiempo! ¡Qué guapa estás!” Y mi arqueo de ceja se hizo inminente junto a mi labio superior cogido con hilo de pescar. “¡Je! ¡Ya ve! ¡Todo bien!” Mientras miraba sigilosamente a los lados buscando una salida de emergencia. Pero ella seguía hablando. “¿Se casaron tus hermanos? Hace tanto tiempo que no los veo… ¡Ufff! Una eternidad… ¡12 años!” Y mi cara de ¿cómo? Se convirtió para ella en un “¡Claro! ¡Mucho tiempo!” Ahí me paré. ¿12 años? ¿¿¡¡12 AÑOS!!?? Pensando que ella estaba loca, y que no era yo la que necesitaba una habitación acolchada de fondo blanco, al menos todavía, me dio por mirar una pancarta.


¡¡TÓMBOLA PARA VIAJE DE FIN DE CURSO 2007!!


A lo que me giré hacia un lado, luego hacia otro, y al encontrar a la madre que me trajo al mundo, la cogí del brazo, y nos fuimos de allí. La miré con cara de cansancio y preocupación, con lástima, mientras le decía:

"Mama, vámonos de aquí, porque creo que nunca estuve apuntada a clases de ballet… Creo que el curso era de sevillanas. No te das cuenta de nada... Ni de que estos putos zapatos me están jodiendo los pies."

2 comentario/s:

Anónimo dijo...

-¿tiene zapatos del 36?
-Lo sentimos, de la guerra no nos queda nada.


Lo siento, me recordaste este chiste y con la cancioncilla de maldita nerea y delinqüentes me ha salido.....

Bruja dijo...

¡Jajajaja! Hay que tenerte algo de cariño, sobre todo por este tipo de cosillas.

¡Un besazo, preciosidad mía!

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Anoche o hace unas horas, ya se sabe lo travieso de los sueños, me vestí para bailar sevillanas. No es broma. Mi madre me vestía de negro, creo recordar era un vestido de ballet. Yo estaba contenta con ese vestido. Me quedaba bien. Ya se sabe cómo son los sueños, pueden hacer que bailes un tango con traje de chotis, y verlo tan normal. Lo que vi extraño, eran los zapatos. Le decía a mi madre que dónde estaban los zapatos, porque ya que quería que bailara (¿no lo dije? suelen ser otra persona la que quiere que su pequeño/a haga algo), tendría que darme un calzado. Adecuado. Y esta vez sí, adecuado. Porque cuando se llega a esta parte es igual que se esté soñando. El calzado es esencial. Yo me imaginé con unos zapatos del 34, bueno… va, del 35 (ya que es un sueño mío, me ensalzaré), acompañados de topitos blancos, que son los que ahora están de moda. Me daba igual que fueran negros, blancos o rosas. Que los hay. Prefería negros sólo, pero daba igual. Era mi sueño y quedaría bien. Iba a bailar para mi madre, que estaba orgullosa de vestirme para la ocasión. Ella me mostró unos zapatos blancos. Pero de bailarina. De esos que duelen en la puntita del pie aunque estés acostumbrada a llevarlos puestos. El caso es que no me sorprendió eso. Fue el número de los zapatos. Vi el número y me enfadé. “Mama, son un 32”.-“¡Qué más da! ¡Te van a estar bien!”-“Mama, tengo que taconear, yo no puedo así… Encima que no tengo nada ensayado… Tendré que hacer ruido para que se me escuche ¿no?”-“¡Que te los pongas, coño!” Y mientras me seguía quejando, pidiéndole también una mantilla (daba igual el color), y decía que no me estaban bien, me entraron. Entonces me levanté, vi su cara de satisfacción, y la seguí hacia la puerta mientras no entendía nada. Los pies me encogieron. Daba igual que fuera a bailar sevillanas vestida con un traje negro de ballet que me sentía tan bien. Daba igual que la mantilla no se encontrara porque ella no quisiera; no había tiempo. Todo era vano. ¡Me estaban bien los zapatos del 32! Incluso se me olvidó, al llegar a la fiesta de fin de curso para bailar, que en el lugar no conocía a nadie. No estaba Gemma, ni Lorena, ni Noelia... En el escenario un grupo de cinco o seis niñas fans de Margaret Astor y de la publicidad operaciontriunfera bailaba batuka. Me giré para buscar a mis profesores. No estaban. No había nadie excepto Isabel, la directora. Que me reconoció, supongo que por los rizos o por mi madre, que iba demasiado para llevar a mis hermanos allí. Me miró con incertidumbre mientras al final se acercó con un: “¡Qué sorpresa! ¡Cuánto tiempo! ¡Qué guapa estás!” Y mi arqueo de ceja se hizo inminente junto a mi labio superior cogido con hilo de pescar. “¡Je! ¡Ya ve! ¡Todo bien!” Mientras miraba sigilosamente a los lados buscando una salida de emergencia. Pero ella seguía hablando. “¿Se casaron tus hermanos? Hace tanto tiempo que no los veo… ¡Ufff! Una eternidad… ¡12 años!” Y mi cara de ¿cómo? Se convirtió para ella en un “¡Claro! ¡Mucho tiempo!” Ahí me paré. ¿12 años? ¿¿¡¡12 AÑOS!!?? Pensando que ella estaba loca, y que no era yo la que necesitaba una habitación acolchada de fondo blanco, al menos todavía, me dio por mirar una pancarta.


¡¡TÓMBOLA PARA VIAJE DE FIN DE CURSO 2007!!


A lo que me giré hacia un lado, luego hacia otro, y al encontrar a la madre que me trajo al mundo, la cogí del brazo, y nos fuimos de allí. La miré con cara de cansancio y preocupación, con lástima, mientras le decía:

"Mama, vámonos de aquí, porque creo que nunca estuve apuntada a clases de ballet… Creo que el curso era de sevillanas. No te das cuenta de nada... Ni de que estos putos zapatos me están jodiendo los pies."

Palabras

Luciérnagas