Crónica de una noticia anunciada

07 febrero 2007


Como suele sucederme y como ser humano que creo aún ser, hay cosas que no entiendo ni entenderé nunca.

La verdad, cada vez que hablo con gente cercana de la zona donde intento convivir siempre reaparece en mi cara una sonrisilla enhebrada a recuerdos pasados donde todo era mejor. Llevo años quejándome de tener que agudizar los sentidos que mis progenitores me brindaron para poder ir alerta de muchas sombras a mi alrededor. Eso de sentirse como en casa creo que no lo he podido vivir nunca. Cuando sabes qué significa ese concepto se supone que es cuando empiezas a tener uso de razón. Y es cuando esto sucedió que yo empecé a no poder vivir en primera persona esa paz que se vive estando en casa; refiriéndome por supuesto a la vecindad y a esa armonía que te debe invadir al recordar y revivir ese sentimiento por la vuelta a tus raíces.

Ahora me hace gracia la situación que se está viviendo. Con unos pitos y cacerolas de fondo, me vienen de nuevo imágenes ya habituales. Pensé que nos haríamos famosillos por la fábrica de anís del mono y por nuestro pasado arqueológico romano, que por echar a unos vecinos rumanos. Pero se ve que no. No nos va eso… Nosotros somos mejores y nos manifestamos por solidaridad y por una convivencia digna (llega a aparecer la palabra Talante y esto ya es el Club de la comedia) . O si no, atentos a lo que me decía una vecina ayer:

- Nena tenemos que dar ejemplo, nos tenemos que ayudar. Si no, ¿quiénes lo harán?

A lo que mi madre decía:

- Eso, eso. Esto es insoportable. No se puede vivir aquí ya. Es asqueroso. Si es que…

Yo ya estaba en mi fase ausentil, esa en la que me encuentro tan normalmente, en ese trance que me fulmina para no acabar siendo yo la que fulmine a alguien.
Volví en mí cuando escuché algo que pensé que me hizo ver la luz:

- Es que no se puede convivir así, no hay quien lo aguante. Pobres vecinos… (Y aquí empezó ya cuando me fui de nuevo) Y es que racistas no somos… Pero estamos hartos ya de toda esta mierda que ha venido… (Y mirándome me dijo) ¿¿O es que acaso quieres que vengan a nuestra calle??

Y mientras veía esas miradas clavándose en mí, casi haciéndome sangrar ya, y después de beber un sorbito de agua al merendar un pedazo de donut buenísimo casi atragantado por escuchar tanto monólogo profundo, dije:

- La verdad es que rumanos ya hay en nuestra calle.

Y ella dijo:

- Sí… Pero esos no hacen nada.

A mí, mientras miraba hacia un lado, me vinieron unas diapositivas en milésimas de segundo e imaginé una conversación ficticia que por supuesto no pude tener con esa mujer.

Esas personas que no hacen nada solamente dejan a sus… ¿6? ¿7? críos de 6 y 7 años y menos edad sueltos por la calle, pidiendo a los vecinos y andando descalzos y desnudos por doquier, dejando también que salten en los coches dejando sus huellas si les apetece, arrasando por la calle si lo desean corriendo y tirando todo lo que encuentran o comen por el suelo.
Los niños ¡pobres! No tienen culpa. Por suerte he estado tratando con niños durante algún tiempo. Hablo de los que se suponen deben ser sus guías, aquéllos que no se hacen cargo de ellos y si te quejas del comportamiento de sus descendientes te responden con un: pues llama a los servicios sociales, así los quitan de aquí. Mientras siguen trayendo más pobres criaturas para seguir recibiendo ayudas económicas a su costa.

Esto en parte fue lo que me vino a la cabeza. Por ello, sólo miré a la señora, sonreí y me largué.

Lo que digo es que no me gusta mezclar lo que es el incivismo con la xenofobia. Sé que muchos de mis queridos vecinos tienen su corazoncito con una base bastante aferrada al patriotismo y que algunos bien podrían pertenecer al club de fans del caudillo. Yo no soy así. Me quejo de la conducta de seres humanos, no de personas pertenecientes a un lugar u otro.

A mí me joden más las puñeteras vecinas que usan el patio de luces para hablar de la muerte de la hermana de Letizia Ortiz o de cómo se ha peleado una de ellas con su hija a las 7 de la mañana a gritos por no ser una estupenda madre veinteañera. La verdad, no me gusta tener esa banda sonora permanente. Pero ahí, no nos quejamos. Los vecinos en esa ocasión no están.

Me da lástima ver que mi barrio se moviliza cuando se llega a estos extremos, cuando se llega a mover mediante la hipocresía disfrazando las palabras delante de los medios cuando, a mí, sonriendo me dicen que esos putos cabrones nos están quitando lo que es nuestro, dejando de lado, por supuesto, el problema real que había en dos pisos de esa calle: una treintena de personas conviviendo en un piso de una manera precaria que además llevan consigo una pésima conducta que no deja convivir a los vecinos en paz. (Como si alguna vez lo hubiéramos conseguido...).

Total. Las manifestaciones siguen. Pero yo, sigo sin ir a ellas.

Por cierto, da gusto ir por la calle y ver cada vez más coches de los mossos de la quadra. Ese aire chulesco me pone. Es más, me siento importante y todo.

En fin… Así ve una vecina del barrio este espectáculo que nada tiene que envidiar a Gran Hermano.

4 comentario/s:

Cabeza Mechero dijo...

Es una verdadera lástima que ocurran estas cosas. Eso de "yo no soy racista, pero..." me hace hervir la sangre. El que es un gilipollas o un incívico, lo es independiemtemente de si viene de Rumanía, de Perú o de Albacete. Siempre es más fácil pedir que se vayan los inmigrantes apelando a razones de convivencia, que denunciar al hijo de la gran puta del 2ª 1ª que día sí, día también le mete unas buenas hostias a su señora mientras toda la comunidad lo escucha y sube el volumen del televisor, porque claro, las cosas de pareja son de dos. Antes o después, desgraciadamente, vamos a tener un grave problema en nuestros barrios.

Anónimo dijo...

Yo también soy rumano.
Gracias!

CHE_SANTAKO dijo...

OLE, OLE Y OLE....

Sobra cualquier comentario más, tú ya lo has puesto todos, y a todas en su sitio....

Salut

Bruja dijo...

¡¡Besicos che!!

Crónica de una noticia anunciada


Como suele sucederme y como ser humano que creo aún ser, hay cosas que no entiendo ni entenderé nunca.

La verdad, cada vez que hablo con gente cercana de la zona donde intento convivir siempre reaparece en mi cara una sonrisilla enhebrada a recuerdos pasados donde todo era mejor. Llevo años quejándome de tener que agudizar los sentidos que mis progenitores me brindaron para poder ir alerta de muchas sombras a mi alrededor. Eso de sentirse como en casa creo que no lo he podido vivir nunca. Cuando sabes qué significa ese concepto se supone que es cuando empiezas a tener uso de razón. Y es cuando esto sucedió que yo empecé a no poder vivir en primera persona esa paz que se vive estando en casa; refiriéndome por supuesto a la vecindad y a esa armonía que te debe invadir al recordar y revivir ese sentimiento por la vuelta a tus raíces.

Ahora me hace gracia la situación que se está viviendo. Con unos pitos y cacerolas de fondo, me vienen de nuevo imágenes ya habituales. Pensé que nos haríamos famosillos por la fábrica de anís del mono y por nuestro pasado arqueológico romano, que por echar a unos vecinos rumanos. Pero se ve que no. No nos va eso… Nosotros somos mejores y nos manifestamos por solidaridad y por una convivencia digna (llega a aparecer la palabra Talante y esto ya es el Club de la comedia) . O si no, atentos a lo que me decía una vecina ayer:

- Nena tenemos que dar ejemplo, nos tenemos que ayudar. Si no, ¿quiénes lo harán?

A lo que mi madre decía:

- Eso, eso. Esto es insoportable. No se puede vivir aquí ya. Es asqueroso. Si es que…

Yo ya estaba en mi fase ausentil, esa en la que me encuentro tan normalmente, en ese trance que me fulmina para no acabar siendo yo la que fulmine a alguien.
Volví en mí cuando escuché algo que pensé que me hizo ver la luz:

- Es que no se puede convivir así, no hay quien lo aguante. Pobres vecinos… (Y aquí empezó ya cuando me fui de nuevo) Y es que racistas no somos… Pero estamos hartos ya de toda esta mierda que ha venido… (Y mirándome me dijo) ¿¿O es que acaso quieres que vengan a nuestra calle??

Y mientras veía esas miradas clavándose en mí, casi haciéndome sangrar ya, y después de beber un sorbito de agua al merendar un pedazo de donut buenísimo casi atragantado por escuchar tanto monólogo profundo, dije:

- La verdad es que rumanos ya hay en nuestra calle.

Y ella dijo:

- Sí… Pero esos no hacen nada.

A mí, mientras miraba hacia un lado, me vinieron unas diapositivas en milésimas de segundo e imaginé una conversación ficticia que por supuesto no pude tener con esa mujer.

Esas personas que no hacen nada solamente dejan a sus… ¿6? ¿7? críos de 6 y 7 años y menos edad sueltos por la calle, pidiendo a los vecinos y andando descalzos y desnudos por doquier, dejando también que salten en los coches dejando sus huellas si les apetece, arrasando por la calle si lo desean corriendo y tirando todo lo que encuentran o comen por el suelo.
Los niños ¡pobres! No tienen culpa. Por suerte he estado tratando con niños durante algún tiempo. Hablo de los que se suponen deben ser sus guías, aquéllos que no se hacen cargo de ellos y si te quejas del comportamiento de sus descendientes te responden con un: pues llama a los servicios sociales, así los quitan de aquí. Mientras siguen trayendo más pobres criaturas para seguir recibiendo ayudas económicas a su costa.

Esto en parte fue lo que me vino a la cabeza. Por ello, sólo miré a la señora, sonreí y me largué.

Lo que digo es que no me gusta mezclar lo que es el incivismo con la xenofobia. Sé que muchos de mis queridos vecinos tienen su corazoncito con una base bastante aferrada al patriotismo y que algunos bien podrían pertenecer al club de fans del caudillo. Yo no soy así. Me quejo de la conducta de seres humanos, no de personas pertenecientes a un lugar u otro.

A mí me joden más las puñeteras vecinas que usan el patio de luces para hablar de la muerte de la hermana de Letizia Ortiz o de cómo se ha peleado una de ellas con su hija a las 7 de la mañana a gritos por no ser una estupenda madre veinteañera. La verdad, no me gusta tener esa banda sonora permanente. Pero ahí, no nos quejamos. Los vecinos en esa ocasión no están.

Me da lástima ver que mi barrio se moviliza cuando se llega a estos extremos, cuando se llega a mover mediante la hipocresía disfrazando las palabras delante de los medios cuando, a mí, sonriendo me dicen que esos putos cabrones nos están quitando lo que es nuestro, dejando de lado, por supuesto, el problema real que había en dos pisos de esa calle: una treintena de personas conviviendo en un piso de una manera precaria que además llevan consigo una pésima conducta que no deja convivir a los vecinos en paz. (Como si alguna vez lo hubiéramos conseguido...).

Total. Las manifestaciones siguen. Pero yo, sigo sin ir a ellas.

Por cierto, da gusto ir por la calle y ver cada vez más coches de los mossos de la quadra. Ese aire chulesco me pone. Es más, me siento importante y todo.

En fin… Así ve una vecina del barrio este espectáculo que nada tiene que envidiar a Gran Hermano.

Palabras

Luciérnagas